Ya es un año desde que el movimiento, ampliamente conocido como #METOO (#YOTAMBIEN), en contra del acoso y la agresión sexual, vio la luz pública. Su exitosa difusión mundial contó con el amplio apoyo y despliegue de los medios de comunicación y las redes sociales. Desde ese instante, y hasta el día de hoy, cientos de mujeres y hombres, alrededor del mundo, han denunciado actos de agresión o intimidación de carácter sexual. Indiscutiblemente, la situación era una verdad callada que merecía salir a luz, y las historias de muchas víctimas han dado el coraje que otras y otros necesitaban para denunciar estas agresiones, las cuales, por ningún motivo deberían suceder o ser calladas.
Desde mi perspectiva, y lamentablemente como puede ocurrir con muchos movimientos y tendencias, las ideas originales pueden radicalizarse, y esos nuevos conceptos, terminan generando un alto grado de controversia y de intolerancia, que puede terminar opacando la esencia de la iniciativa. Personalmente, me considero un feminista al ciento por ciento, creo que la igualdad entre hombres y mujeres no solo debe existir en el ámbito laboral, sino que también, en la importancia que le debe ser dada al papel que las mujeres ejercen en nuestras sociedades y familias.
En un comienzo, y sin vacilar, admiré plenamente el movimiento, pero con el paso del tiempo, me preocupa la distorsión que se ha creado en torno a éste, y el surgimiento de dos situaciones que, para mí, se podrían radicalizar aún más. La primera, claramente, observó el surgimiento de un nuevo estereotipo actitudinal, en el cual, cualquier tipo de cortejo o expresión de admiración física puede ser entendido como un acto de acoso o agresión sexual inminente. Y la segunda, la negación de la diversidad que existe no solamente en cuestión de género, sino de aquella que va a las mismas entrañas de las características de cada persona y a la forma en que cada uno de nosotros desea ser visto o reconocido.
Estas situaciones que se presentan entre los seguidores del #METOO , traen a mi memoria a una de mis mejores amigas, una mujer inteligente, delgada, e independiente, quien llevaba mucho tiempo deseando una nueva figura. Ella se lamentaba frecuentemente por el hecho de ser muy delgada, situación a la que de inmediato, los más cercanos, de una u otra forma, le reprochábamos insinuándole que ella no necesitaba ser más voluptuosas para ser feliz. Mi amiga insistía en no sentirse a gusto, y en una de nuestras tantas charlas, ella literalmente expresó: “Si al menos tuviera la mitad de lo que tienen las Kardashian, me sentiría mejor conmigo misma”.
No había necesidad de que mi amiga explicara sus palabras, claramente, y para mi concepto, las Kardashian contaban y cuentan con ciertos atributos físicos que son inocultables. Sin embargo, y siendo honesto, de cierta forma no dejábamos de criticarle su deseo de seguir un estereotipo criticado por muchos, pero también, admirado por otros. Ella, quien se había tomado el asunto muy en serio, nos dijo algo que dio por finalizada nuestra actitud negativa hacia sus pretensiones. En primer lugar, ella dejó muy claro cuál era su autoconcepto de belleza física, el cual, obviamente distaba de sus formas delgadas y del parámetro que sus allegados queríamos imponerle. Y segundo, y el más claro para mí, ella era la dueña de su cuerpo, y su deseo de ser más voluptuosa, ni limitaba su capacidad intelectual, ni su propósito era básicamente el ser tomada como una mujer de curvas más prominentes, simplemente, y como ella mismo lo dijo, ella deseaba verse a sí misma diferente.
Lo que sucedió con mi amiga me dejó dos enseñanzas bien claras. En primer lugar, el hecho de que una mujer desee tener una forma física con más curvas, por así decirlo, no puede ser considerado como su deseo implícito a ser sexualizada. Y segundo, que existen mujeres, e igualmente hombres, que muestran su complacencia al recibir halagos ya sea por su apariencia física, por su estilo de vestir, o incluso por su facilidad en el uso de la palabra, eso sí, guardando siempre el debido respeto.
Probablemente, y como un simple y escueto ejemplo, traigo la historia de mi amiga para demostrar que es imposible imponer parámetros tan sesgados cuando de naturaleza los seres humanos es la de ser diferentes, y esa diferencia nos permite observar el mundo con la misma singularidad que cada uno de nosotros posee.
Entonces, que sean bienvenidos todos aquellos movimientos y corrientes que luchen a favor de nuestros derechos, de nuestra igualdad, de nuestra dignidad, y de nuestra protección, pero sin olvidar, que cada uno de nosotros tiene el derecho de ser y pensar diferente.
Y que nunca más, nunca más, se vuelvan a replicar los actos e historias que indujeron el nacimiento del #METOO (#YOTAMBIEN).
Nuevamente, muchas gracias por leerme.