Ámame a través de mi teléfono celular

 

 

Por varios años, tuve una relación a distancia, de esas de llamada telefónica todos los días, aclaro que lo anterior era porque en ese entonces las videollamadas no era tan populares como lo son hoy en día.  Entonces, mi amor se fortalecía cada día gracias a los cortos mensajes de texto y a la rutinaria conversación de cada noche, aunque a veces me sentía impotente al ver que el plan de minutos de mi teléfono celular no me daba para hablar todo lo que yo quería.  De lunes a domingo, el ritual era el mismo, y solo se veía interrumpido por los cortos encuentros de fin de semana cada cuatro meses.  Yo ilusionado y enamorado, ahorraba todo lo que podía para poder realizar mi siguiente viaje a pasar un corto, pero romántico fin de semana con el entonces amor de mi vida.

 

Durante varios meses, viví con intensidad mi fantasía romántica, y deje de hacer muchas cosas por mí y para mí, entre ellas, el salir y compartir con los demás, como mi objetivo era ahorrar dinero para mis fines de semana del amor, cualquier tiempo fuera de casa significaba menos ahorros, y entonces, me aleje de amigos, de la vida social, y de disfrutar de los planes que tanto me apetecían.

 

Desafortunadamente, como le pasa a muchas de las relaciones a distancia, el amor se iba agotando, la intensidad de los mensajes de texto reduciendo, y la duración de las llamadas telefónicas acortando.  Y como no quería pretender ser el hombre obsesivo e intenso, así me muriera de ganas por expresar mis sentimientos o por escuchar su voz, decidí que lo más maduro y prudente era esperar a que mi pareja me dijera que estaba disponible para conversar conmigo.  Sin embargo, cuando alguien me preguntaba cómo iba la relación, yo siempre respondía lo mismo: “Vamos muy bien, más enamorados que nunca”.

 

Un día, luego de un haber realizado mi rutinaria visita del cuatrimestre dos semanas atrás, y después de haber percibido que algo había cambiado en mi relación, la cual se tornaba fría y aún más, más distante, recibí la fatídica llamada, una voz fría al otro lado del teléfono me decía: “Debemos terminar, esto ya no está funcionando”.  Y entonces, mil pedazos de mi corazón volaron por toda la habitación, como dice aquella canción de Cristina y los Subterráneos.  Con desesperación, lo único que pude decir fue: “Hablemos primero, no podemos terminar así”, y como un loco que no quiere perder a su gran amor, con mi tarjeta de crédito compré  un tiquete de avión de última hora, el que me costó literalmente un dineral, y con la ilusión de no perder a mi pareja, viaje a recuperar mi relación perfecta.

 

Al llegar, y a diferencia de las otras oportunidades, en aquella ocasión, nadie esperó por mí en el aeropuerto, pagué un taxi carísimo, y al llegar a donde el amor de mi vida me esperaba, un corto y seco “Hola” fue lo que me recibió.  Sin una pregunta acerca del cómo me sentía, del cómo había estado mi viaje, o del cómo había hecho para conseguir los días de permiso en el trabajo, un vaso con agua que me ofrecieron unas frías manos, me hicieron ver delante de mí a una persona distante, quien secamente me pregunto: “¿Que era lo que me quería decir?”.

 

Inmediatamente, entendí que allí no había nada que hacer, y desafortunadamente, no pude adelantar el tiquete de avión, simplemente no lo podía pagar, y es que pensando que mi presencia reavivaría mi fuerte relación amorosa a distancia, pensé que viviría cuatro días de intenso amor.  Sin embargo, la realidad que me mostró el desamor fue otra, cuatro días de una desagradable soledad y un incómodo sofá. Al final, y como aquel que desea sacar de su casa lo que le desagrada, fui llevado al aeropuerto, y aun con la ilusión de escuchar un grito desesperado en el que mi amor me decía: “No te vayas”, pase la puerta de salida de los vuelos locales y aborde mi vuelo.

 

Al regresar a casa, triste, solo y sin una relación sentimental, me di cuenta que había perdido mi teléfono celular, el que recuerdo muy bien apagué en el avión siguiendo las instrucciones de la azafata, y el que nunca más volví a ver, como si el destino me hiciera dejas atrás todo a lo que yo mismo me había atado, y sin nada por hacer, perdí el medio a través del cual había amado a mi pareja.

 

Al día siguiente, sin dinero, sin cupo en la tarjeta de crédito, y con un gran vacío en mi corazón, uno de esos amigos, a los que había dejado de ver por meses, me prestó algo de dinero para comprar un nuevo celular.

 

P.D. Gracias a una amiga en común, me enteré seis meses más tarde que mi expareja se había casado.