
En los ochenta, cuando era un pequeño, los expertos vaticinaban un futuro donde la tecnología haría nuestras vidas más fáciles. De muchas de esas predicciones, la forma en la que nos comunicaríamos era una de mis favoritas, pensar que podríamos hacer una llamada desde nuestros relojes o, incluso, ver la cara de la persona a la que llamaríamos eran, para mí, cosas impensables hace cuarenta años. Aunque vivimos una era en la que estamos superconectados y que pareciese que el mundo y toda la información estuviesen concentrados en dispositivos portátiles que caben en la palma de nuestras manos, esa constante conexión que, para algunos se ha vuelto adictiva, según estudios, está afectando negativamente nuestras formas de interacción social y, en muchos casos, creando en muchas personas imágenes tergiversadas de su mundo y, lo más preocupante, de sí mismas.
Recientemente, ha salido a la luz pública, los resultados de una investigación realizada al interior de Facebook, la red social más grande de nuestros tiempos. Los resultados de ese estudio demostraban que en muchos adolescentes se estaban generando preocupantes niveles de estrés y ansiedad como consecuencia de sentimientos de auto rechazo y frustración, al considerar que sus características personales distan de los estándares de perfección física que ellos ven en las redes sociales. Igualmente, y, aún más alarmante, el reporte daba algunas pautas de como tomar ventaja a esta situación para así incrementar nichos de mercado y, por ende, ganancias.
Personalmente, con algo de dificultad, he tratado de mantener una interacción autocontrolada con las redes sociales ya que, en algunas ocasiones, he sentido que estas han generado en mí sentimientos de auto-rechazo, que han afectado, mi autoestima. Diría que la primera vez que experimente este efecto negativo fue durante la época en la que me encontraba desempleado. Por meses, me encontré enviando, cientos de veces, mi hoja de vida con la plena ilusión de que ese sería el último intento en esa desesperanzadora búsqueda de un nuevo empleo. Sin que fuese consciente de mis emociones, en lugar de alegrarme o darle un me gusta a las imágenes en las que mis amigos y familiares, compartían el éxito que rodeaba sus vidas, cada foto de viajes, cenas y fiestas, iban generando en mí una emoción negativa, cada vez, más recurrente, que me recriminaba mi infortunio.
Por algún tiempo, no fui capaz de entender que mi realidad, el ser desempleado, era una situación temporal en mi vida y que, por ella, también, habían transitado muchas personas, quienes al final, como me ocurrió, encontramos una nueva oportunidad de ser productivos en esta sociedad. Lo cierto es que, por meses, me sentí derrotado, agotado, sin esperanzas y con una inexplicable sensación que me decía que, frente al espejo, mis ojos veían a un hombre fracasado. Sin que fuese algo predeterminado y sin que nadie supiese de mis emociones, deje de ser un participante activo en las redes sociales.
Años después, cuando decidí darle a conocer al mundo entero que había encontrado en la escritura mi pasión y que había terminado mi primer libro, me animé, de nuevo, a ser un miembro activo en el mundo de las redes. Sin embargo, durante ese proceso, me dictaminaron una extraña enfermedad en mi piel, la que, básicamente, genera la perdida de cabello, vello y barba. Entonces, empecé a comprar desesperadamente cualquier producto que me prometiera el regreso de mi bigote y, sin que tuviese alguna explicación lógica, solo encontraba publicidad de productos regeneradores de pelo, en la que hombres con frondosas melenas y espesas barbas eran un reflejo del adonis perfecto del cual, yo me estaba distanciado. La ansiedad y la frustración regresaron y, en esta ocasión, de forma consciente, decidí que lo mejor era mantenerme a raya de las redes sociales.
Cuando me enteré del estudio que el mismo Facebook había solicitado, sentí malestar e indignación en pensar de como algo que puede traer catastróficas consecuencias en un ser humano, para una compañía tiene un significado capitalista. Recordando lo frustrado que me sentí, en su momento, me imagino con lo que adolescentes deben lidiar al sentirse feos o no agraciados al ver que sus formas, labios, pechos y cualquier otra parte de su cuerpo no tiene las medidas perfectas que esta revolución tecnológica ha creado erróneamente. Y, me pregunto sí para mí, un hombre adulto, tomó mucho trabajo entender que mi mundo y mi situación no podrían ser encasilladas en lo que las redes sociales me vendían, no quiero ni imaginar que podrá sentir alguien que aun debe formar su personalidad y autoestima.
Para finalizar, posteriormente, me enteré de que, como quien quiere hacer que un niño deje de llorar ofreciéndole un caramelo, Facebook anunció que pararía, por un tiempo, su proyecto de crear redes sociales especializadas para los menores de edad. Sin embargo, no puedo evitar en cuestionarme: ¿Será un Instagram para niños y niñas, la solución correcta? Personalmente, lo dudo, considerando que nuestro entorno nos muestra una distorsionante caracterización de hombres y mujeres exitosos de cuerpos y vidas perfectas. Así mismo, y dado que vivimos en mundo en el que muchos padres actuales le han entregado a las redes sociales y a los videos juegos la responsabilidad de distraer y entretener a sus hijos, me cuestiono en quien les ayudara a fomentar esa autoaceptación que los patrones de belleza están destruyendo cuando todo lo que ven a su alrededor son características físicas que distan de sus rasgos personales.