Recuerdo que hace algunos años, cualquier suceso trágico y doloroso nos unía como nación, y, así mismo, nuestras voces rechazaban unánimemente las despiadadas acciones de aquellos que pretendían perturba nuestra paz y nuestras vidas con actos violentos de cualquier índole. De igual forma, recuerdo que la muerte violenta de cualquier compatriota nos dolía, nos afectaba, y dejaba esa mancha oscura de dolor que queda después de ver partir a inocentes que no merecían ese irracional final de sus vidas. Y, también, recuerdo que nuestras oraciones eran elevadas con el propósito de brindarle un cálido alivio al inmenso y profundo dolor de aquellos, a quienes, de forma inesperada y trágica, perdían a sus seres queridos. Eso recuerdo de mi amada Colombia.
Los tiempos han cambiado, nuestro país ha cambiado, y quizás nosotros como ciudadanos hemos cambiado igualmente. Y me pregunto el porqué de nuestra lúgubre transformación como sociedad, y una y otra vez, viene la misma respuesta a mi mente, es por culpa de la muerte. Y no me refiero la muerte física de aquel que parte de este mundo, no, me refiero a la muerte crónica y prolongada de nuestros sentimientos de compasión, y a la falta de piedad por el dolor que vive aquel a quien le han arrebatado la oportunidad de volver a abrazar a quien ama.
Y es que esa falta de compasión y de piedad, no nos deja ver que en hechos como el recientemente ocurrido en la escuela de Policía General Santander, en la ciudad de Bogotá, como las muertes de cientos de líderes sociales, como las partidas dolorosas de niños y niñas, y como las muertes trágicas y violentas de cientos de mujeres, por mencionar tan solo algunos casos, es nuestra sociedad la que pierde, y que, una muerte violenta sin el rechazo unánime de todos nosotros, tan solo se convertirá en una penosa y adversa estadística más.
No he dejado de preguntarme el por qué algunos expresan que un acto inhumano e irracional puede beneficiar a una persona en concreto o a un colectivo. Y no cabe en mi mente, el pensar que la muerte trágica de uno de nosotros sea más o menos importante que la funesta partida de otro compatriota. Pareciera difícil el pensar que alguien pueda sugerir algo así, pero lo cierto, es que las redes sociales han sido inundadas por cientos de desacertados comentarios, en los cuales, queda muy claro que incluso la penosa tragedia de aquellos a quienes la muerte violenta de sus seres amados les dejará una amarga y profunda mancha de dolor que nunca se borrará en sus vidas, no es lo suficientemente trágica para al menos, al menos, generar algo de compasión y unidad nacional.
Y de nuevo me cuestiono ¿Cuál sería el origen que provocó en nosotros la pérdida de nuestra compasión por el otro? Algunos dirán que nos acostumbramos las noticias violentas que vemos cada día en los noticieros. Otros podrán expresar que es la falta de una educación orientada en los valores humanos. Otros tantos culparán al nocivo exceso de violencia que ronda en las redes sociales. Y quizás muchos alegarán que nos hemos perdido en una división irreversible que ha sido animada por falsas ideológicas políticas, las que, sin lugar a duda, se venderán al mejor postor con el fin de perpetuarse en el poder.
Al final, más que mi mente, me lo dice mi corazón, el fruto de nuestra división e inmunidad al dolor ajeno puede ser un producto de todo lo anterior y mucho más, sin embargo, lo cierto es que, en esa pérdida acelerada de nuestro sentido de humanidad y compasión por el otro, no hay, y nunca habrá, un triunfador o un beneficiado, sino que, será Colombia, toda Colombia, la que perderá.
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