Quien no ha vivido ese tenebroso y doloroso momento en el que pareciera que el alma se nos escapara del cuerpo, que nuestro corazón dejara de latir y que los pulmones fueran incapaces de inhalar el aire que necesitamos, aquel instante en el que descubrimos que nuestro amor no es correspondido como lo hemos esperado. Para muchos de nosotros, el desamor puede dejar profundas heridas en nuestro ser, tan hondas y dolorosas que, en ocasiones, diera la impresión de que no seremos capaces de sobrevivir a ese triste y penoso sentimiento.
Aunque sufrir de desamor es suficientemente devastador, lo que realmente nos puede suceder en muchas de esas situaciones, y lo concluyo desde mis propias vivencias, es que aquel triste y agobiador efecto de no sentirme correspondido en el amor, quizás este acompañado, como lo era en mi caso, por la profunda creencia de que quizás yo no fuese, para la otra persona, lo suficientemente guapo, delgado, sofisticado, alto, acuerpado, adinerado, inteligente y muchas cosas más, para llegar a ser merecedor del amor correspondido. Mucho tiempo después comprendí que esos lúgubres momentos de dolor por ser rechazado, en realidad, estaban siendo alimentados, por una fatídica falta de autoestima.
Pareciese entonces que esa falta de amor propio fuese el resultado directo e inevitable de no ser amando como uno lo espera, es como si la otra persona, al rechazarnos o al terminar la relación, se llevase amarrado a su corazón nuestra autoestima. Sin embargo, y como nos ocurre a muchos, mientras que daba animados consejos de orgullo propio y dignidad a mis amistades cercanas cuando atravesaban por el oscuro y tenebroso sendero del desamor, yo no era capaz de levantar la mirada y ver al azul del cielo cuando se trataba de mis tristes vivencias.
Por años, me moví en el círculo vicioso del desamor y la falta de autoestima, sin ser consciente de aquello, repetía las mismas historias con diferentes protagonistas, lugares y situaciones, pero con el mismo factor común en todas ellas, no era capaz de reconocer que no era correspondido y que, en el viaje de la búsqueda del amor, debemos de golpear muchas puertas, antes de que alguna de ellas se nos abra. Pero aprender aquella lección no fue fácil, y como en muchas ocasiones ocurre, ya que estaba demasiado ciego para ver mi propia verdad, fue a través de mi mejor amiga, quien sufrió una larga historia de desamor, la cual, casi termina con su vida, que entendí la importancia de la autoestima cuando enfrentamos el desamor.
Estábamos en la universidad, en las últimas semanas de nuestro quinto semestre, cuando mi amiga conoció a su enamorado, un muchacho de cabellos rubios, delgado, aquellos que, con su caminar pausado, dan la impresión de poseer una actitud relajada. Ella, de inmediato, lo comparó con el personaje del que se enamora Rose en la película el Titanic. A pesar de que le insistimos que él no tenía ningún parecido con Leonardo Dicaprio, lo que pensamos que no sería más que un amor de viernes en la noche, se convirtiendo en una relación, en la cual, mi amiga se iba involucrando sentimentalmente con su Jack Dawson.
Ella se empezó a distanciar, puede que fuesen celos de amigos, pero algo en él no nos gustaba. Ella, quien expresaba estar viviendo el romance de su vida, no caía en cuenta que su novio empezaba a controlar su vida, ella debía estar a la hora y en el lugar indicado por él, y cuando eso no sucedía, de los labios de su enamorado, recibía fuertes cargas de recriminación, las cuales, se iban acompañando de un lenguaje, cada vez más, ofensivo y agresivo. Aunque parecía que ella, algunas veces, nos escuchaba, él lograba cambiar la situación a su favor diciendo que era la forma de expresar su amor, protegiéndola y haciéndola sentir que alguien cuidaba de ella.
Pensamos que no había solución y que mi amiga terminaría casada con su rubio de película, pero para su suerte, otra noche de viernes, ella encontró a su enamorado en los dulces brazos de otra mujer. Con su corazón destrozado, ella le perdonó y vivieron idílicamente, por algunas semanas, los dulces sabores de la reconciliación. Sin embargo, la relación se deterioró, las discusiones y las infidelidades resultaron ser tan normales como los te amos y los no lo volveré a hacer. Él la dejó, mientras que ella le suplicaba que no lo hiciera. Nosotros le insistíamos en que tuviese dignidad y no le buscara, pero aquello era como decirle que lo hiciera. Al final, él le solicitó algo de dinero prestado, el cual, ella, pensando que sería una prueba irrefutable de su amor, como pudo lo consiguió y se lo entregó, sin saber que, con aquel préstamo, él pagaría los gastos de su reubicación a otra ciudad, claro está, en compañía de su nueva novia.
Mi amiga tuvo que hacer miles de piruetas para pagar el dinero que ella no gastó y que nunca recuperó. Por semanas, lloró la desdicha del desamor, enfermó e intento acabar con su vida. Las sesiones terapéuticas, le fueron mostrando que más que la pena de no ser correspondida, lo que ella debía recapacitar era en su falta de amor propio y del como dejó pasar maltratos físicos, verbales y emocionales pensando que estos eran parte de las vivencias normales de una relación. Pasó mucho tiempo para que ella volviese a sonreír, a sentirse bella, animada y a sentir la confianza necesaria para volver a enamorarse, afortunadamente, lo hizo de alguien que le enseñó que la autoestima es tan o igual de importante como es el gusto del estar con la otra persona y que si uno no es capaz de amarse a sí mismo, con dificultad, podrá amar a otro.
P.D. Este blog está dedicado a JAR, quien, a través de Facebook, con sus comentarios, inspiró este artículo.
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