
Mis años de vida y cada una de las experiencias que he vivido, han plantado en mi ser la profunda sensación de que nuestros sentimientos fluctúan primordialmente entre dos tipos de emociones, el amor y el miedo. Definiendo el amor como la base de todo lo positivo que nos rodea: la felicidad, el enamoramiento, la generosidad, la compasión, la ternura y esa inexplicable sensación de paz y tranquilidad que, incluso, a muchos de nosotros nos parece extraño percibir así sea por algunos segundos. Lo cierto es que en nuestra demandante carrera llamada vida, el amor va perdiendo su espacio, dándole suficiente lugar al miedo para que sea este quien comande el rumbo de nuestra existencia.
Por mucho tiempo me preparé, estudié y trabajé con un solo propósito, lograr el reconocimiento y beneplácito de mis familiares, amigos y hasta el de extraños y conocidos. En muchas ocasiones, ni siquiera tuve la oportunidad de pensar a qué lugar quería llegar con todo lo que hacía y lo más importante, si lo estaba disfrutando. De igual forma, en mi ser, siempre, existía un vacío algo que no me permitía sentirme satisfecho, creo que era el temor por no lograr resaltar o recibir esa aprobación de parte de otros, lo cierto es que ese miedo no dejaba ver que en mi corazón importaban, cada vez menos, mis propios sentimientos para darle lugar a la necesidad de satisfacer lo que otros esperaban de mí.
Con el alcance de mis logros profesionales, fui descubriendo que otro amargo sentimiento iba surgiendo y que entre más lograba avanzar en mis metas laborales, más profundo se hacia el temor a perder lo que había logrado. Pensando que, hacia lo correcto, trabaja hasta altas horas de la noche, en muchas oportunidades, me quedé dormido con el computador portátil prendido sobre mis piernas, olvide que mi cuerpo necesitaba del descanso y del ejercicio, y pensé que estaría bien almorzar mientras respondía los cientos de correos electrónicos que recibía cada día. En esa desesperada lucha por mantener mi trabajo, el estrés, la ansiedad, el reflujo gástrico, en incluso, el insomnio, iban dejando enfermedades y huellas en mi ser con las cuales aún tengo que lidiar.
Pero fue perder mi empleo, el cual consideraba que era mi más valiosa propiedad, lo que me permitió entender que lo único que, realmente, era mío, eran mi cuerpo, mi mente y mis sentimientos. Obviamente, para llegar a esa conclusión sufrí mucho, me encontré de cara con el miedo a perderlo todo, a no ser reconocido, a no tener dinero y al encontrarme solo, bueno eso era lo que pensaba, porque a pesar de que mis seres queridos seguían ahí, yo me sentía perdido en un bosque oscuro y tenebroso. Me sentía vacío como lo debe ser un agujero negro, y lo peor, triste y decepcionado de mi mismo. Luego de meses intentándolo, encontré un nuevo empleo y adivinen que, me encontré, a mi mismo, repitiendo lo que había hecho y alimentando, de nuevo, el miedo a fracasar y no llegar a ser el mejor.
Entonces, como si tuviese la oportunidad de ver la película de mi vida, empecé a recordar muchas cosas que había hecho por miedo. En un comienzo, sentí rabia conmigo mismo, quería devolver el tiempo, cambiar lo que había dicho, lo que había hecho. Luego sentí pena, me preguntaba ¿Qué habrían pensado los demás de lo que yo hice o dije? Y en ese ir y venir entre la frustración y la vergüenza, pasé varios meses de mi vida. Sin embargo, y para mi fortuna, encontré una forma de exteriorizar todo aquello que tenia represado en mi corazón, la escritura se cruzó en mi camino y me permitió ver lo que antes no era ni capaz de observar y fue a través de las letras y párrafos que surgió la idea de escribir a cerca de los efectos devastadores que nuestros miedos pueden traer a nuestras vidas cuando no somos capaces de enfrentarlos.
Como lo relata “Dalom y El Espíritu de la Desolación”, quizás no somos capaces de reconocer que vivimos con miedo y no me refiero al temor que nos pueden infundir algunos credos religiosos, tendencias políticas o el generado por unos medios de comunicación y redes sociales. Lo que quiero resalta es ese sentimiento negativo que albergamos en nuestro ser, que nos paraliza, estropea nuestra felicidad y nos ata, tanto que hasta preferimos mentirnos a nosotros mismos, una y otra vez, con el fin de evitar el enfrentar nuestra realidad. Finalmente, y, aunque, es un relato ficticio, lo cierto es que ojalá, como lo desea Dalom, nos fuese posible ser liberados del miedo, vivir nuestra libertad y no bajo la sombra y desdicha de nunca encontrar esa felicidad tan anhelada.
Dalom y El Espíritu de la Desolación, muy pronto, disponible en versión impresa y digital.